Todo empieza con un croquis. Un trazo a lápiz en una hoja en blanco. Un toque de color en una blusa bordada o en los labios un figurín. Al igual que un creador de moda dibujando las curvas y los drapeados de un modelo, Brigitte Niedermair imagina sus fotografías a mano. Esboza croquis como preludio para la imagen fotográfica. Los dibujos son como la primera escala de un recorrido.

En un nuevo libro publicado por Rizzoli², la fotógrafa, fiel colaboradora de la Maison, explica la génesis de sus composiciones. Es un viaje cautivador en el que se aprecia su inmoderado gusto por el detalle: la simetría de la silueta, la escenografía, la paleta cromática, un bordado de Alta Costura o la caída de un vestido: todo se ha estudiado con gran detenimiento.

Ese trabajo de preparación con dibujos poéticos y collages virtuosos, que por sí mismos son obras de arte, sirve para gestar sus fotos y campañas más emblemáticas. Ese arte del boceto, instantáneamente reconocible, ha realzado cada uno de los universos de la Maison, de la costura a la joyería pasando por la belleza. Desde su nombramiento en 2016, a Maria Grazia Chiuri le ha fascinado el talento multidisciplinar de esta artista extraordinaria y ha establecido un diálogo único con ella, una mujer que «lucha por una imagen» y cada temporada se aplica en captar, con elegancia y provocación sutil, las creaciones femeninas de Dior y la excelencia de su savoir-faire.

¿De dónde saca las ideas para sus extraordinarios encuadres y puestas en escena? Sus referencias son muy variadas: pinturas del Renacimiento, archivos de Monsieur Dior, iconos de la fotografía de moda –con los estadounidenses Irving Penn o Robert Mapplethorpe a la cabeza–, el surrealismo, lienzos de Henri Matisse o las novelas de Stendhal.

Le gusta desprenderse de las ataduras. A los 18 años accedió a la Academia de Bellas Artes de Múnich, pero la experiencia duró poco: «Me fui a la media hora. Todo el mundo parecía triste. Una vocecilla me dijo: “¡Márchate, sal corriendo!”» Para Brigitte Niedermair, la vida real estaba en otro sitio. Recorrió las montañas del Tirol con su cámara de fuelle y, lentamente, fue construyendo su forma de mirar, agudizando sus singulares perspectivas. Dos años después, a punto de iniciarse la década de los noventa, se instaló en Milán y se enfrentó al mundo frenético de la moda. Su ascetismo y su calma contrastaban entre tanto alboroto. Para ella fue natural mantenerse en el empeño de trabajar con la cámara analógica de su juventud, sin dejarse tentar por los cantos de sirena de lo digital.

Lleva diez años fotografiando y realzando las colecciones de Dior, siempre con el mismo método. Con sus croquis preparativos en mente, se inclina suavemente sobre su máquina de fotos. Su visión es nítida. Dispara. El sonido que produce recuerda al de «una espada de samurái rasgando el aire». La foto resultante será definitiva, porque Brigitte Niedermair no las recuadra. Mantiene lo que ha fotografiado como un trazo indeleble, como una paradoja fulgurante. Encuentra la libertad ciñéndose al marco de sus imágenes. En ese deseo de lo absoluto se puede encontrar el reflejo de unas palabras de Christian Dior: «Un vestido bien cortado es un vestido poco cortado³».