Capri, Forte dei Marmi, Saint-Tropez, Ibiza, Miconos o Bodrum: escalas luminosas, invitaciones irresistibles para evadirse y soñar, que se hacen presentes en las creaciones Dioriviera. Este viaje cobra fuerza cada temporada en una odisea de Dior que se reinventa constantemente. Por Lucie Alexandre.
Todo empezó en el sur de Francia, en la Provenza. Los paisajes, los perfumes, el canto de las cigarras y el mar a lo lejos, vasta superficie azul y soleada, tan cálida… Para Christian Dior todo aquello era un deleite, un remanso de paz en el que encontró refugio. El primero estaba en Callian, el pueblo donde se reunió con su familia durante la guerra; luego, a partir de 1951 escogió la mansión de la Colle Noire para escapar del ritmo frenético de la capital. Aquel edificio majestuoso situado a poca distancia de Grasse y de Cannes estaba llamado a convertirse en su «verdadero hogar», como él mismo afirmó. Lo rodeó de jardines y estanques por él diseñados, y contaba también con árboles centenarios, variedades exóticas y flores de perfumes sutiles. Allí se le iban las horas cuidando del jardín, podando viñas y produciendo su propio aceite de oliva.
Sus escapadas al sur le permitían gozar de instantes suspendidos en el tiempo, lejos de la agitación del número 30 de la Avenue Montaigne, donde latía el corazón de la moda. De Cabris a Hyères pasando por Saint-Raphaël, Monsieur Dior descansaba rodeado por la naturaleza provenzal. Se impregnaba con el olor de los campos de lavanda, el azul siempre cambiante del Mediterráneo y el aura única de aquellos parajes por él escogidos. Era un entorno alegre del que disfrutaba en compañía de sus seres queridos, en lugares predilectos. Sibarita, le gustaba la cocina de L’Oustau de Baumanière en Baux-de-Provence, que consideraba como «el mejor restaurante de Francia en uno de los sitios más bonitos del mundo», tal y como hizo constar en el libro de visitas en 1953. Por entonces el chef era Raymond Thuillier, un amigo que se encargó también de redactar el prefacio del libro La Cuisine cousu-main*, con los platos favoritos del modista. Le gustaban también los pasteles de Sénéquier, en Saint-Tropez, que saboreaba en la terraza. Le encantaba descubrir restaurantes aquí y allá, haciendo renacer el espíritu hedonista y estético que caracteriza a la Riviera francesa.
*La Cuisine cousu-main, Christian Dior, París, 1972.
En aquel entorno recargaba energías y se concedía tiempo para dar rienda suelta a su creatividad. «La Avenue Montaigne queda lejos, como si estuviera en el confín del mundo», decía en sus memorias. En aquel regreso a la sencillez y la intimidad esbozaba las siluetas de sus siguientes desfiles. Su fiel colaboradora, Raymonde Zehnacker, recordaba en una entrevista aquellas sesiones de creatividad: «Íbamos dos veces al año, los dos juntos. Parecía que él se pasaba tres semanas sin hacer nada, pero volvíamos con muchos figurines. Decidíamos cuál iba a determinar la línea». Monte-Carlo, Cannes, Italie, Riviera o Azur… son algunos de los nombres de conjuntos de Alta Costura que el modista-fundador dedicó al Mediterráneo que tanto amó. En la Avenue Montaigne, la línea Boutique ofrecía prendas frescas para el ocio, promesas de un horizonte soleado. Vestidos informales con bolsillos, capas de baño, gorritos, pantalones cortos y peleles en tejidos de flores o cuadros vichy. También en este caso los nombres hablan por sí mismos: Antibes, Bain de minuit, La Croisette, Méditerranée… Aquel vestuario estival y elegante establecía las premisas de un estilo de vida irresistiblemente Dior.
Ese lugar ideal ha sido también la fuente de inspiración de la cápsula Dioriviera diseñada por Maria Grazia Chiuri. La selección de cada temporada, impregnada con esa dolce vita que tanto apreció Monsieur Dior, evoluciona como la prolongación de un verano eterno y universal. Ibiza, Saint-Tropez, Sanya, Bali, Seúl, Mónaco y Hội An, por citar solo unas pocas, son las ciudades e islas (muchas griegas e italianas) que aparecen en ese itinerario soñado, extendidas a todo el mundo a medida que abren preciosas tiendas efímeras con diseños cada vez más espectaculares. Para el otoño 2024 se adornan con una selva poblada por los animales salvajes de emblemática tela de Jouy, que cobran vida en obras de tamaño natural revestidas con moluscos.
Esta invitación al viaje se despliega en destinos maravillosos cuyos nombres ilustran las creaciones como si fueran poéticas señas de identidad: las siluetas adoptan colores intensos, estampados que ilustran el imaginario y la identidad de cada una de esas felices escalas. Dioriviera, sinónimo de dolce vita a la francesa, se convierte en una colección por derecho propio. Es más: pasa a ser un world-concept sin precedentes. Junto con el prêt-à-porter, objetos excepcionales creados por Dior Maison –desde tumbonas hasta complementos deportivos– integran códigos llenos de encanto para disfrutar de deliciosos momentos de descanso.
El farniente de la levedad sirve también de guía a Francis Kurkdjian, creador de la fragancia Dioriviera de La Collection Privée Christian Dior, que constituye un despertar de los sentidos y de los recuerdos. Ese aire de vacaciones se respira también en diversos acontecimientos organizados por Parfums Christian Dior. Este verano, un maravilloso crucero recorrerá el Sena ofreciendo una gran variedad de tratamientos personalizados y actividades de bienestar, llevando la magia de Dioriviera a una nueva pluralidad.
Esta edición 46 de Dior Magazine, dedicada a la colección de otoño 2024 de Dior, propone un fabuloso paréntesis en la isla de Hidra, joya griega del mar Egeo convertida en el escenario en que se desvelan los artículos de Dioriviera, a través de preciosas imágenes que encontrará en página 96.