ENTRE REFINAMIENTO Y DESENVOLTURA, EL ESTILO DE LOS AÑOS CINCUENTA SIGUE SIENDO EN EL IMAGINARIO COLECTIVO UN MANIFIESTO DE ELEGANCIA E IMPULSO RENOVADOR. AQUELLOS TIEMPOS FUNDACIONALES, PORTADORES DE LA ESENCIA ESTILÍSTICA DE DIOR, NUNCA DEJARON DE SER FUENTE DE INSPIRACIÓN PARA LOS SUCESIVOS DIRECTORES ARTÍSTICOS DE LA MAISON, SIEMPRE EXPLORANDO EL PASADO BAJO EL SIGNO DE LA MODERNIDAD. POR LUCIE ALEXANDRE.
«En la colección de primavera 1950 triunfó la línea vertical que realza la feminidad de las mujeres. Bustos bien moldeados, cinturas marcadas y colores claros como el día».
París, 12 de febrero de 1947. Están a punto de abrirse por primera vez a periodistas y clientes las puertas de la mansión del número 30 de la Avenue Montaigne. Tras la fachada típicamente parisina –que no iba a tardar en convertirse en un lugar mundialmente admirado– reinaba una gran agitación, pues estaba a punto de empezar el primer desfile de la Maison. Cada una de las creaciones era portadora de un mensaje: embellecer a las mujeres y hacerlas más felices tras los sombríos años de la guerra mundial. Uno de los conjuntos deslumbró especialmente al público: el traje sastre Bar, reconocible por la extrema finura de su cintura entallada, la forma suave de las hombreras, los faldones que realzan la cadera y la falda evasé. Carmel Snow, redactora en jefe de la revista estadounidense Harper's Bazaar, exclamó al ver el extraordinario espectáculo: «¡Esto es toda una revolución, querido Christian, tus vestidos tienen un New Look!». Aquella silueta determinó mucho más que una moda, pues reflejaba la figura de una mujer liberada de ataduras sociales, lista para recorrer, independiente y emancipada, palacios y calles. Encarnaba a una mujer consciente de su poder de seducción.
La revolución del New Look, esa época divina, anunció una nueva era y se convirtió en símbolo y premisa de un estilo, el de una década que los historiadores sitúan entre 1947 y 1957: la década legendaria de Christian Dior, que fue también un momento de transición propicio para la reconstrucción y para sentar bases con vistas al futuro, una década a lo largo de la cual nacieron y se desplegaron la identidad de la Maison, sus códigos emblemáticos y sus siluetas icónicas. La colección de otoño-invierno 1949-1950, bautizada Milieu de siècle, «mediados de siglo», ilustra perfectamente esa renovación. Desde la perspectiva actual, el comunicado de prensa emitido entonces es como una lista –no exhaustiva– de las tendencias de la época: «Esta colección es, ante todo, la de MEDIADOS DE SIGLO, cuyo estilo y modo de vida debe representar». Las descripciones van desgranando la novedad y suavidad de las curvas: «La longitud y amplitud de las faldas son esencialmente variables en función de los modelos y quien los vista. No se da preferencia a líneas estrechas o anchas; lo que se busca, ante todo, es una línea suave que siente bien». Los vestidos y conjuntos de dos piezas adoptan la ligereza del estilo camisero, y las hombreras, sin entrar en contradicción con la caída natural de los hombros, realzan el porte en una labor de estructuración acompañada por un profundo sentido del detalle con el solo objetivo de ensalzar la sencillez.
El vestuario femenino se reinventa, se multiplica para dar respuesta a todos los acontecimientos y se reviste de elegancia. Esa forma de vivir la moda cotidianamente, de los indispensables conjuntos de día a los vestidos de noche, exigía a los modistas exprimir la originalidad al máximo. Las mujeres soñaban con enaguas, corsés y lencería fina; había llegado el gran momento de la Alta Costura y París recuperaba sus cartas de nobleza. La prensa de todo el planeta elogiaba su papel clave como capital de la moda. El renacer del deseo iba cobrando forma, y los apelativos que recibieron las colecciones de Monsieur Dior son elocuentes; el nombre dado a los modelos transmite una singular poesía: la de una nueva forma de entender la vida dando cabida a la magia del instante con un atuendo para cada ocasión. Lo que estaba en juego iba mucho más allá de exhibir un amplio guardarropa; lo que importaba era disfrutar con elegancia el momento presente. Para satisfacer esas nuevas costumbres, Monsieur Dior creó «abrigos de ciudad», «vestidos de media tarde», «vestidos de velada», «vestidos de baile», «conjuntos de viaje», «conjuntos para el almuerzo» y «vestidos de gala». Así, la jornada de la mujer parisina se podía componer de varios actos, de la mañana a la noche y de una temporada a otra.
Los complementos ascendieron a la categoría de elemento esencial, toque final de cualquier conjunto, y aquellos objetos de deseo, al igual que las prendas de vestir, se adaptaban a cada momento del día. Así, a medida que las mangas se acortaban los guantes se alargaban, y a medida que avanzaba la noche los tacones iban haciéndose más altos y más finos. El atuendo se concebía en su conjunto, un conjunto a la vez gráfico y estructurado, en completa armonía. Sombreros, bolsos, pañuelos, zapatos y cinturones combinados entre sí por el color o por materiales que dialogan para revivir o rejuvenecer las prendas más atemporales y, de forma especial, el traje sastre. Se impone también un juego de contrastes y matices, condición indispensable para revitalizar un estilo. El blanco y el negro se lucen contrastados, y los colores se atreven con las mezclas más audaces.
El estilo único de los años cincuenta ha servido siempre como fuente de inspiración a los sucesores del modista-fundador; no podía ser menos en el caso de Maria Grazia Chiuri, que para su desfile Dior de prêt-à-porter otoño-invierno 2023-2024 ha regresado a la esencia del estilo Dior, a su incontestable y eterna modernidad. Con estampados de flores y motivos tornasolados, la Directora Creativa hace innumerables referencias a los archivos para presentar una colección femenina bajo una luz nueva, a través del prisma de una actitud más rebelde, con influencias rock. Los bolsos toman prestadas las rigurosas líneas de los modelos de aquella década de creatividad desbordante y gran vitalidad, y se rematan con acabados sofisticados. Los zapatos de tacón, combinados con calcetines de tejidos delicados y con el tacón de coma que Roger Vivier diseñó para Dior, incluyen correas que rodean el tobillo; los botines, por su parte, se realzan con preciosos adornos que evocan la forma de los zapatos mercedes. Los guantes largos de piel negra se adornan con un cierre que recuerda a los pendientes Dior Tribales. La sorpresa final para completar los estilos es un paraguas, emblema estilístico de los años cincuenta, con el estampado Plan de Paris, que retoma un pañuelo de Monsieur Dior.
Es una odisea a través del tiempo, en nombre de la sencillez y la elegancia.