No faltan superlativos para hablar de la vida de un hombre del que se dice sin ambages que fue «el dios de la danza». La infancia miserable en los confines de Siberia. El casi milagroso descubrimiento de la danza con tan solo 7 años, que marcó un punto de inflexión en su vida. El regreso del padre tras haber combatido en la Segunda Guerra Mundial, y la incomprensión del progenitor de su pasión por el ballet, disciplina que consideraba poco viril. La escapada a Moscú para presentarse a las pruebas de ingreso del prestigioso Bolshói, que superó holgadamente, pero al que no pudo acceder por falta de medios económicos. El ballet Mariinsky, donde no tardó en convertirse en aclamado solista. |
Rudolf Nuréyev se convirtió en un icono. Atraía a las masas. Primero fue en Londres, en el Covent Garden, donde su amistad con Margot Fonteyn se transformó en una complicidad total en el escenario. Después llegó la Ópera de París, donde formó otro dúo histórico con otra estrella, Sylvie Guillem. Rudolf Nuréyev era de una enorme exigencia en su trabajo, siempre dispuesto a desafiar las limitaciones que le imponía su propio cuerpo, a superarse para alcanzar la perfección. A partir de 1964 empezó a trasponer ese rigor en su propia obra coreográfica. |
«Mi historia personal está estrechamente ligada a la de Nuréyev a través de la carrera de mi tío, Colin Jones, bailarín convertido en amigo de la estrella, a quien además fotografió. Esta colección se basa en los contrastes: la excelencia por partida doble de la Maison Dior en prêt-à-porter y Alta Costura, y la diferencia entre el escenario y los bastidores: la vida teatral de Nuréyev y la realidad. Es un diálogo entre el estilo del bailarín y el de los archivos Dior».